Conversaciones desde El Cortijo: curiosidades de la arquitectura doméstica del siglo XIX.
- sandranruiz
- 22 sept
- 3 Min. de lectura
Un palacete del siglo XIX que ha sido restaurado como vivienda por Jacopo Etro en Apulia, al sur de Italia.
En El Cortijo hoy queremos compartir una conversación con un historiador de la arquitectura doméstica que nos ha desvelado cómo se vivía en las casas del siglo XIX, qué curiosidades las separan de las viviendas actuales y qué lecciones podemos rescatar para mejorar lo que construimos hoy.
Hoy charlamos con Javier Morales, especialista en historia doméstica. Desde hace años investiga cómo eran los hogares, cómo se organizaban las estancias, qué papel jugaban la luz, el calor o incluso la privacidad en la vida cotidiana. Con él hablamos sobre curiosidades que nos ayudan a entender no solo cómo vivían entonces, sino también qué huellas de esas costumbres siguen presentes en nuestras casas actuales.
¿En qué se diferenciaba la vida dentro de una casa del siglo XIX frente a la nuestra?
Javier cuenta que, en aquel entonces, la casa no estaba pensada para la velocidad ni para la comodidad moderna. Cada gesto era más lento: encender el fuego para cocinar, depender de la luz natural durante buena parte del día, calentar las estancias con chimeneas que consumían mucho carbón o madera. No existían los electrodomésticos, los sistemas de climatización o la iluminación artificial como los conocemos, así que todos los aspectos del hogar se resolvían con ingenio, paciencia y materiales locales.
¿Qué elementos de diseño tenían un valor crítico que hoy hemos olvidado?
Antes se hacía especial hincapié en el uso de techos altos, ventanas alineadas para ventilación cruzada, patios interiores, muros gruesos de piedra o adobe para aislamiento natural de calor y frío. También en la distribución: muchas casas del XIX tenían estancias multifuncionales, zonas de paso amplias, corredores que servían para conectar espacios sin perder privacidad, y una ordenada relación entre lo público y lo privado dentro del hogar.
¿Qué similitudes extrañas has encontrado con las viviendas de hoy?
Aunque pareciera que casi todo ha cambiado, hay puntos de convergencia curiosos:
El valor de la luz natural. A pesar de la tecnología, seguimos deseando ventanales grandes, orientación favorable, espacios luminosos...
La importancia de los materiales que “respiran”: madera, piedra, materiales que aportan textura y carácter, no solo apariencia.
La distribución como reflejo del estilo de vida: antes compartían más los espacios, ahora buscamos privacidad, pero ese deseo de fluidez, de conectar lo que se vive, permanece.
¿Qué podemos aprender para aplicar en nuestros proyectos hoy?
Diría que muchas de las soluciones del XIX eran respuestas prácticas a limitaciones: clima, recursos, técnicas disponibles. Y esas respuestas tenían elegancia y funcionalidad: aislamiento natural, ventilación cruzada, adaptaciones al entorno.
Hoy en día resulta interesante rescatar esa sabiduría práctica. Diseñar teniendo en cuenta la orientación, la luz, los materiales locales y que esos elementos no sean meros adornos, sino piezas estructurales de confort y eficiencia.
¿Qué espero que cambie en la forma de pensar las reformas actuales?
Quiero que quienes buscan invertir o reformar aprendan a mirar más allá del estilo visual. A fijarse en cómo se utiliza la casa, qué ocurre en invierno o verano, si los materiales envejecerán bien, cómo será el mantenimiento, cuánto durará realmente lo que elegimos.
Al final, conocer cómo vivían antes nos da perspectiva. No consiste en imitar, sino en entender qué resolvía cada decisión. Y esa mirada histórica implica trabajar con conciencia, respeto por el entorno y por quienes habitan los espacios, y poner siempre el diseño al servicio de la vida que queremos vivir.
Al terminar la conversación con Javier Morales queda clara una idea: las construcciones antiguas no son solo vestigios del pasado, sino espacios con un valor incalculable, cargados de memoria y de soluciones constructivas que difícilmente sean replicadas hoy. Recuperarlas es una forma de proyectar futuro sobre bases sólidas y llenas de carácter.
En un momento en que muchas viviendas nuevas buscan diferenciarse con artificios, las casas de otra época nos recuerdan que el verdadero encanto no se fabrica, se hereda. Y que cuando se trabaja con respeto y criterio, esa herencia puede seguir viva, adaptada a las necesidades actuales sin perder su esencia.




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