Un viaje al Congo: arquitectura fuera de los planos
- sandranruiz
- 26 ago
- 2 Min. de lectura
Visita a la iglesia en construcción en Mbuji-Mayi, República Democrática del Congo.
En abril de 2022 tuve la oportunidad de viajar al Congo junto a un grupo, entre los que nos encontrábamos varios arquitectos. El objetivo era conocer de cerca el proyecto de construcción de un orfanato que daría respuesta a la falta de espacios educativos y de acogida en la zona.
Durante esos días trabajamos codo a codo con el responsable de la obra. Nos mostró los avances, las limitaciones y los retos que enfrentaban día a día para que el proyecto saliera adelante. También visitamos una iglesia que estaba en plena construcción, donde aparecieron imprevistos técnicos que necesitaban resolverse: allí pusimos en común conocimientos y experiencias para buscar soluciones viables, prácticas y ajustadas al entorno, llegando a unos resultados increíbles.
Lo que más me marcó fue observar la ilusión con la que trabajaban, bajo un sol implacable, impulsados por el deseo de ofrecer un nuevo cobijo a sus familias. Aprendí que la arquitectura, en esos contextos, no es una disciplina abstracta ni un ejercicio estético: es pura esperanza. Vi cómo cada piedra colocada llevaba consigo una motivación personal, una historia de esfuerzo y un anhelo compartido. Esa manera de construir, con tanta entrega y sentido de comunidad, me hizo repensar la forma en la que yo misma me enfrento a los proyectos: con la certeza de que detrás de cada decisión técnica hay siempre vidas concretas que se verán transformadas.
Más allá de la experiencia profesional, me hizo muchísima ilusión comprobar cómo podía poner en práctica lo aprendido durante mis años de formación y a la vez integrarlo en un esfuerzo colectivo. No se trataba solo de aplicar mis conocimientos técnicos, sino de adaptarlos, compartirlos y sumarlos al trabajo de otros para llegar a una respuesta mucho mejor.
Hoy puedo decir que mi manera de trabajar en El Cortijo está profundamente marcada por experiencias como esta. Allí aprendí a mirar la arquitectura desde la empatía, a entender que cada proyecto es una oportunidad de escuchar y de acompañar, y a valorar que lo más importante no es la perfección de un plano o una idea, sino la humanidad que ponemos en cada detalle.
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